Las razones más humanas del fracaso de las estrategias…
Las redes sociales, como la capacidad para conectarnos con personas distintas e influir en ellas con nuestras decisiones -y viceversa- son inherentes a la naturaleza social del ser humano.
La búsqueda sobre el origen de los problemas siempre presentes en la historia de la humanidad, pone de manifiesto una disfuncionalidad inherente al ser humano y a través de la cual no somos capaces de mantener la continuidad y el equilibrio en nuestras relaciones.
A nivel laboral, social, personal, afectivo, si miramos hacia atrás, nos sorprenderemos al comprobar cuantas personas han entrado y salido de nuestras vidas… aunque siempre, dejando una huella personal en nosotros. ¡Y sin duda nos han aportado conocimientos para identificar emociones!
El gran desafío que se nos presenta en el momento actual donde, el Social Media es un escenario por el que transcurre nuestra vida ante la mirada atenta y crítica de nuestros espectadores, es que todo es público, todo está expuesto, nada puede “maquillarse” eternamente”.
Por mucho “polvo de estrellas” que esparza el social media, las personas siguen sumando sus fuerzas en equipos de trabajo, que se rompen después y exponen a las partes al veredicto social, pero sin contar con la fortaleza complementaria que brindaba dicha unión. ¡Aunque si al menos somos capaces de obtener aprendizajes, las fortalezas de dicha influencia, permanecerán en nosotros!
Si buscamos romper con esa incapacidad – demostrada civilización tras civilización- para mantener en el tiempo vínculos con otras personas, sólidos, equilibrados y retroalimentados, no podemos olvidarnos de dos aspectos esenciales; el valor de la influencia y el poder de la confianza, pilares de las relaciones interpersonales y requisitos indispensables para construir una empresa social.
Los seres humanos hemos sido capaces de desarrollarnos hasta llegar a ser influyentes para otras personas a través de las relaciones, donde buscamos esencialmente, confianza. ¿Pero qué pasa cuando esta se rompe? Si contextualizamos nuestra reflexión en el entorno social actual, nos daremos cuenta que nos ha fallado civilización tras civilización, son los obstáculos encontrados en relación a la capacidad para complementarnos, coordinarnos, comunicarnos, comprometernos y confiar.
Imaginemos esta escena, cada vez más habitual en un universo en el que los talentos individuales están a la caza y captura de emociones que desatar; Dos personas conectadas desde sus ordenadores portátiles, smart phones, tablet una de ellas es productor de servicios y la otra busca clientes a los que prestárselos.
Cuando surge el vínculo, se activa lo que conocemos como complementariedad que -en el momento actual- es sobre lo que se asientan los cimientos de la nueva empresa.
Las cualidades inherentes a cada uno de ellos se suman, minimizando el impacto de las debilidades e implementando estrategias que buscan la exaltación de las fortalezas. La complementariedad se construye a través del conocimiento y se integra en ambos individuos, conformando dos nuevas personas.
Producto de ella, surge la coordinación, donde ambas personas planifican, sincronizan y gestionan de forma adecuada sus acciones, buscando ser más eficientes y logrando con ello el beneficio mutuo.
Hasta aquí todo va bien, los seres humanos ya hemos demostrado nuestras capacidades para el trabajo, si a eso le sumamos unirnos a personas que tienen lo que a nosotros nos falta, tenemos el éxito asegurado; no sólo en la construcción de marcas, sino en relación a nuestra pareja, amigos, etc.
El problema lo tenemos cuando comenzamos a hablar de comunicación, confianza y compromisos, veamos por qué.
Decíamos que la unión exalta las fortalezas, nos hace más fuertes y minimiza nuestras debilidades, así es pero… ¡Cuidado, sólo las minimiza!
En términos generales el estudio de las razones que, históricamente han llevado a las civilizaciones a su desaparición, nos sitúan ante una creencia de impunidad errónea derivada de la sensación de “poder” que brinda el grupo.
Minimiza las debilidades sin duda, pero no puede evitar que los “pecados capitales” derivados de la poderosa debilidad del ser humano ante las tentaciones” deriven en la descoordinación de la maquinaria a la que denominamos equipo y, caigamos de nuestro ante estructuras verticales, donde el autoritarismo, el abuso y la impunidad se ejerce sobre el prójimo.
Se tiene una falsa creencia de quien ostenta la información ostenta el poder, lo que se traduce en una comunicación deficiente, algo que en el momento actual ha dejado de ser una premisa básica si consideramos que la información es pública y de libre acceso y, como consecuencia derivada, se construye una confianza debilitada y con grietas por las que terminan visualizándose una ruptura de los compromisos.
Todo lo anterior, que ha sido el “pan nuestro de cada día” en la construcción de nuestras relaciones de toda índole, se vive a diario en el social media y hoy, se ha transformado en un requisito sine-qua-non para ganarse el paraíso de la “empresa social”.
Mientras sigamos pesando en horizontes temporales a corto plazo, mientras sigamos creyendo que la tercerización y el outsourcing son una pérdida de recursos, mientras pensemos que poseemos la llave del tesoro de la información y mientras no tomemos conciencia de cuán importantes son las necesidades ajenas por encima de las propias, seguiremos tropezando con el fantasma de las relaciones como gran obstáculo para consolidar un modelo productivo eficiente, sustentable y equilibrado.