OpenAI refuerza el control sobre Sora para proteger la imagen de figuras históricas

Publicado el

derechos de imagen

En el centro del debate sobre inteligencia artificial y ética ha emergido un nuevo capítulo con la decisión de OpenAI de bloquear temporalmente la generación de videos de Martin Luther King Jr. a través de su modelo de video por IA, Sora. Esta acción no es casual ni superficial. La empresa responde a un fenómeno creciente en las redes sociales: la creación de videos generados por IA que involucran a figuras fallecidas, muchas veces de manera inapropiada o irrespetuosa.

La iniciativa surge a petición del King Estate, la entidad que representa legalmente los derechos del líder de los derechos civiles. En las últimas semanas, usuarios de Sora generaron escenas ofensivas en las que se manipulaban discursos históricos de King, presentándolo con sonidos degradantes o colocándolo en contextos absurdos junto a otros personajes públicos, como Malcolm X. El problema no es sólo moral o simbólico: toca un nervio sensible sobre la dignidad, la memoria histórica y los límites de la tecnología.

La postura de OpenAI y la voz de las familias

OpenAI argumenta que, aunque existen derechos de libertad de expresión para representar a figuras públicas, las familias y herederos deberían tener voz y voto en el uso de la imagen de sus seres queridos. Bajo esta premisa, la compañía ha implementado una nueva política que permite a los representantes legales de otras figuras históricas solicitar la exclusión de sus semblanzas en los videos generados por Sora.

Esta decisión está alineada con los comentarios públicos de figuras como Bernice King, hija de Martin Luther King Jr., quien se pronunció en redes sociales en solidaridad con Zelda Williams, hija del actor Robin Williams. Ambas expresaron su rechazo a los contenidos generados con IA que traen de vuelta a sus padres sin consentimiento, muchas veces en formas que trivializan su legado o explotan su imagen.

Sora 2 y el dilema de la autorrepresentación

Sora 2 no es una herramienta común. Su nueva versión viene acompañada de una aplicación de tipo red social, con un formato que recuerda a TikTok, permitiendo a los usuarios crear clips cortos protagonizados por avatares generados a partir de sus propios rostros o de personajes conocidos. Estos «cameos» han abierto la puerta a una creatividad sin precedentes, pero también a una serie de usos que plantean preguntas complejas sobre privacidad, representación y consentimiento.

Según reporta The Washington Post, tras el lanzamiento de Sora, las redes se inundaron con videos de celebridades fallecidas como Michael Jackson, Amy Winehouse o Whitney Houston. Si bien algunos eran homenajes bienintencionados, muchos otros bordeaban la parodia cruel o la manipulación grotesca. Aquí el matiz es clave: no se trata de censura, sino de respeto. El uso de una imagen pública no debería implicar su deformación.

De la libertad creativa al uso responsable de la IA

Sam Altman, CEO de OpenAI, ha reconocido abiertamente las tensiones que conlleva lanzar una tecnología como Sora. En una publicación en X (antes Twitter), admitió que sentía «cierta aprensión» respecto a los posibles efectos de este nuevo servicio. Al igual que ocurrió con redes sociales anteriores, hay una mezcla de entusiasmo por las posibilidades expresivas y preocupación por los daños potenciales: adicción, ciberacoso y desinformación.

El cambio más reciente hacia un modelo «opt-in» para el uso de materiales con derechos de autor refuerza esta misma lógica. Si antes se asumía que los creadores debían optar por salir del sistema (opt-out), ahora se busca que den su consentimiento explícito para participar. Este giro refleja una tendencia hacia un mayor control individual y un reconocimiento más claro de los derechos sobre la propia imagen o creación.

Un futuro con reglas claras para la creatividad digital

Este episodio con Martin Luther King Jr. podría marcar un punto de inflexión. Las empresas de tecnología no pueden escudarse en la innovación para justificar todo lo que sus herramientas permiten. Así como en una comunidad nadie puede pintar un mural en la pared de otro sin permiso, en el espacio digital debería aplicarse un principio similar: la creatividad no es libre si pasa por encima del consentimiento o la memoria colectiva.

El caso también invita a una reflexión social. Si el público no distingue entre homenaje y burla, si el impulso de «jugar» con la historia supera al respeto por quienes la vivieron, la tecnología solo estará amplificando nuestras carencias como sociedad. La educación digital y la conciencia ética deben acompañar el desarrollo de estas herramientas para evitar que la línea entre lo creativo y lo ofensivo se desdibuje por completo.