Durante milenios, nuestros antepasados sobrevivieron en entornos marcados por la escasez de alimentos y la incertidumbre sobre la siguiente comida. En ese contexto, acumular grasa corporal era una ventaja evolutiva, una especie de seguro contra el hambre. El cuerpo humano, adaptado a esos tiempos inciertos, desarrolló complejos mecanismos de defensa que priorizan la conservación de energía. Y aunque ya no vivimos en cuevas ni cazamos para cenar, esos mecanismos siguen activos hoy, generando una batalla silenciosa entre nuestros cerebros primitivos y el entorno moderno.
Cuando alguien pierde peso, el cuerpo reacciona como si estuviera en peligro. Se disparan las hormonas del hambre, aumentan los antojos y el metabolismo se ralentiza. Es decir, el cuerpo activa un modo de alerta que busca recuperar lo perdido. Este sistema de autodefensa, que antaño nos salvaba de morir de hambre, hoy dificulta mantener un peso saludable en un entorno saturado de comida procesada, calorías vacías y vida sedentaria.
El cerebro recuerda el peso anterior
Una de las revelaciones más impactantes de la investigación reciente es que el cerebro tiene una especie de «memoria del peso». Cuando una persona gana peso, su organismo se ajusta a ese nuevo estado como si fuera el nuevo equilibrio a preservar. El cerebro considera ese peso más alto como el nuevo punto de referencia, y cualquier intento de bajarlo activa mecanismos de compensación para volver allí.
Esta capacidad del cuerpo para recordar el peso anterior explica por qué muchas personas recuperan kilos después de una dieta. No es falta de voluntad, sino un proceso biológico perfectamente orquestado. Nuestro sistema nervioso está haciendo exactamente lo que fue diseñado para hacer: asegurar nuestra supervivencia.
Medicamentos que imitan a las hormonas intestinales
Frente a estos mecanismos tan potentes, la ciencia ha comenzado a buscar formas de «hackear» la biología. Medicamentos como Wegovy o Mounjaro han cobrado notoriedad porque imitan hormonas producidas en el intestino que informan al cerebro que ya hemos comido suficiente. Estos fármacos, al alterar la señal del apetito, pueden ayudar a controlar la ingesta de alimentos.
Pero no son una solución universal. Algunas personas experimentan efectos secundarios que dificultan continuar el tratamiento. Otras, simplemente, no responden al medicamento. Y en muchos casos, al suspender el uso, el peso regresa. Esto se debe a que, una vez cesa el «ruido externo» de la medicación, el cuerpo vuelve a su lógica ancestral, empujando hacia el peso previamente registrado.
Los avances en neurociencia y metabolismo están explorando cómo podría lograrse una modulación más duradera de estas señales, para que el cuerpo no sienta que está perdiendo una batalla cada vez que intentamos adelgazar.
Salud más allá del peso
Otro aspecto clave que emerge de las investigaciones es que salud y peso no siempre están alineados. Una persona puede mejorar significativamente su salud cardiovascular o su metabolismo sin ver grandes cambios en la báscula. Prácticas como dormir bien, moverse a diario, reducir el estrés y comer de forma equilibrada pueden tener un efecto positivo incluso si el peso corporal se mantiene estable.
Esto pone en cuestión la obsesión social con el número que marca la báscula, y propone un enfoque más realista y compasivo: enfocarse en hábitos sostenibles que mejoren la calidad de vida, en lugar de perseguir objetivos de peso a corto plazo.
Una cuestión que va más allá del individuo
Tratar el sobrepeso como un problema puramente individual ignora las enormes influencias del entorno. El entorno en que vivimos moldea nuestras decisiones. Si una ciudad está diseñada para moverse en coche, si los supermercados están llenos de productos ultraprocesados y si la publicidad bombardea con comida rápida, el esfuerzo personal no siempre es suficiente.
Los expertos apuntan a la necesidad de cambios estructurales: desde comidas escolares más saludables hasta regulaciones que limiten la publicidad de comida basura a menores. También se propone rediseñar espacios urbanos para fomentar el caminar o el uso de bicicletas, y estandarizar el tamaño de las porciones en restaurantes, que muchas veces superan lo que realmente necesitamos.
La etapa clave de la infancia
Los primeros años de vida representan una ventana crítica en la formación del sistema regulador del peso. Desde el embarazo hasta los siete años, el cerebro es especialmente plástico. Los hábitos alimentarios, el tipo de lactancia y el estilo de vida en esa etapa temprana pueden condicionar la forma en que el cuerpo gestiona el apetito y la acumulación de grasa en el futuro.
Esto subraya la importancia de apoyar a las familias con información clara, acceso a alimentos nutritivos y entornos que promuevan una vida saludable desde la infancia. Porque si bien los mecanismos biológicos son potentes, también son moldeables, especialmente en esas etapas tempranas.
Cambiar el enfoque para cambiar el futuro
Aceptar que la obesidad no es un fallo moral sino una condición biológica compleja cambia las reglas del juego. El enfoque debe pasar del juicio al entendimiento, y del esfuerzo individual aislado a una estrategia colectiva respaldada por la ciencia. Con nuevas terapias, mejores políticas públicas y una mayor comprensión de cómo funciona el cerebro, el futuro puede ser diferente.
