Cuando hablamos del internet, solemos pensar en señales invisibles flotando por el aire o en grandes servidores ocultos tras muros de vidrio. Pero la verdadera columna vertebral de nuestra era digital está escondida en el fondo del océano, envuelta en capas de aislamiento y extendiéndose como una telaraña de acero por los lechos marinos del planeta. Los cables submarinos conectan continentes, sostienen la economía digital y hacen posible desde una videollamada hasta una transacción bancaria internacional en tiempo real.
Ahora, un nuevo desarrollo tecnológico en China ha encendido las alarmas globales: un instrumento submarino capaz de cortar estos cables a 4.000 metros de profundidad, mucho más allá del alcance operativo de la mayoría de los sistemas actuales. Aunque oficialmente fue presentado como una herramienta para operaciones civiles, como el rescate o la minería marina, su capacidad de intervención en una infraestructura crítica ha generado inquietud entre expertos y gobiernos.
Qué son los cables submarinos y por qué son tan importantes
Imagina que todo el tráfico digital del mundo —mensajes, videos, pagos, datos corporativos y secretos diplomáticos— viajara por finos hilos de fibra óptica del grosor de una manguera de jardín. Eso es, en esencia, lo que hacen los 1,4 millones de kilómetros de cables submarinos que cruzan los océanos. Transmiten más del 95% del tráfico internacional de datos.
Estos cables son colocados, operados y mantenidos mayoritariamente por empresas privadas. Gigantes tecnológicos como Google, Amazon, Meta y Microsoft ya poseen o arriendan cerca de la mitad del ancho de banda submarino global. Y aunque su aspecto pueda parecer poco impresionante, su rol es vital: si todos fallaran al mismo tiempo, ni todos los satélites juntos podrían suplir el tráfico que transportan.
El talón de Aquiles del internet
El problema es que esta infraestructura, pese a su importancia, es frágil. A diferencia de las murallas digitales que protegen los datos en la nube, los cables físicos son vulnerables por diseño. Están construidos para ser livianos, eficientes y fáciles de desplegar, lo que los hace susceptibles a daños por fenómenos naturales como terremotos submarinos o tormentas tropicales, pero también a la actividad humana.
La mayoría de los daños han sido hasta ahora accidentales: anclas mal posicionadas, redes de pesca que los arrastran sin querer, obras en el fondo del mar. Pero en los últimos años, los sabotajes deliberados han pasado a ocupar un lugar central en las preocupaciones de seguridad internacional.
China, cables y maniobras en la sombra
En febrero de 2025, investigadores chinos publicaron en la revista Mechanical Engineering un artículo técnico sobre un nuevo instrumento capaz de cortar cables en profundidades extremas. Aunque se presentó como un dispositivo civil, su capacidad para intervenir en infraestructuras de comunicación tan profundas la convierte en una herramienta estratégica.
Este tipo de capacidades no es nuevo, pero sí es inusual que se muestren de forma tan abierta. En el contexto geopolítico actual, con tensiones crecientes entre potencias como China, EE.UU. y Rusia, este gesto ha sido interpretado como una posible señal de fuerza: la demostración de que, llegado el momento, un país podría aislar digitalmente a otro cortando sus conexiones submarinas.
El caso de Taiwán ilustra esta amenaza. En 2023, dos cables que conectan a las islas Matsu con el resto del país fueron cortados, dejando a 14.000 personas incomunicadas durante semanas. Desde 2018, se han reportado al menos 27 incidentes similares atribuidos a buques chinos. Las autoridades taiwanesas ven un patrón de presión indirecta que no llega a la guerra abierta, pero tampoco permite una respuesta clara. Es lo que se conoce como tácticas de “zona gris”: maniobras que erosionan la estabilidad sin romper las reglas formales del conflicto armado.
Europa también ha sentido el zarpazo
No es solo Asia quien ve amenazada su infraestructura submarina. En octubre de 2023, un cable de telecomunicaciones entre Suecia y Estonia fue dañado, junto a un gasoducto cercano. En enero de 2025, otro cable entre Letonia y Suecia fue saboteado, lo que llevó a la intervención de buques de la OTAN. Aunque no se identificó formalmente a los responsables, las sospechas apuntan a actores cercanos a Rusia, que en el pasado ya ha insinuado la posibilidad de atacar estas infraestructuras como represalia geopolítica.
El uso de barcos con banderas de conveniencia —registrados en países con poca fiscalización, pero operados por empresas ligadas a potencias rivales— dificulta aún más la atribución de responsabilidades. Este anonimato táctico permite realizar acciones encubiertas sin desencadenar un conflicto directo.
Qué se puede hacer al respecto
A nivel técnico, una de las medidas más inmediatas sería aumentar la capacidad de reparación rápida. Hoy en día, muchos países dependen de buques reparadores operados por empresas chinas, lo cual representa una debilidad estratégica. Contar con más barcos y equipos autónomos en manos de consorcios neutrales o coaliciones regionales reduciría los tiempos de respuesta ante sabotajes.
También se necesita una cooperación internacional más robusta, que establezca protocolos comunes de vigilancia, respuesta e investigación. Similar a cómo se protege el espacio aéreo o las rutas marítimas, el fondo marino debería contar con mecanismos multilaterales de seguridad y monitoreo.
Esto es complejo, por supuesto. Las tensiones entre potencias como China y EE.UU. no facilitan la firma de tratados globales. Pero ignorar el problema no lo hará desaparecer. Al contrario: cada nuevo incidente muestra que la infraestructura crítica está cada vez más en la mira, y que la próxima confrontación geopolítica podría librarse no en tierra o en el aire, sino a miles de metros bajo el mar.
Un nuevo frente de competencia estratégica
El desarrollo del cortacables submarino chino no debe verse de forma aislada. Forma parte de un entramado más amplio donde la tecnología, la seguridad y la política exterior se entrelazan. Así como los satélites se han convertido en piezas clave en los conflictos modernos, los cables submarinos podrían ser el próximo campo de batalla invisible.
La defensa de estas arterias digitales exige no solo tecnología, sino también diplomacia, coordinación y vigilancia constante. Porque en un mundo hiperconectado, bastarían unos pocos cortes en los lugares adecuados para sembrar el caos.