La mayoría de las tecnologías que rondan a la robótica se componen físicamente de materiales tradicionales para esta actividad, siendo los plásticos, metales, productos químicos y otros, las opciones más comunes.
Con el fin de expandir las aplicaciones de esta área tecnológica a nuevos casos, desde hace un tiempo diversos grupos de investigación científica han estado experimentando en torno a la robótica suave, técnica que mediante el uso de materiales orgánicos, biodegradables y de corta vida, llegaron para revolucionar el mundo científico. Los ejemplares surgidos bajo este sistema reciben el nombre de biobots.
A inicios de este año, se publicó la investigación de un grupo de científicos estadounidenses que dieron origen a un biobot hecho a partir de las células de una rana de uñas africana. Usando combinadamente células extraídas de su corazón, las cuales son contráctiles; y células provenientes de su piel, de carácter más pasivo. Estas “máquinas vivientes”, construidas tras un proceso de investigación ejecutado mediante superordenadores, se valen del trabajo conjunto de estas dos clases de partículas orgánicas, las cuales agrupadas como si se tratara de ladrillos, en forma mancomunada puedan operar de una forma predecible por los investigadores. El proceso de estudios en torno a este avance tomó meses, en los que se experimentó con las características de miles de células desde la teoría, antes de dar origen a los primeros ejemplares.
Representación de los biobots creados, desde su etapa conceptual hasta su materialización. Los bloques azules representan a las células pasivas, mientras que las rojas, las contráctiles. Imagen de Vermont Advanced Computing Core.
Los responsables de esta investigación son cuatro expertos en sus respectivas áreas: Michael Levin y Douglas Blackiston, biólogos; junto a Josh Bongard y Sam Kriegman, expertos en robótica. Este equipo de científicos pudo ejecutar su investigación gracias al financiamiento obtenido desde el Departamento de Defensa de los Estados Unidos.
En sus declaraciones ante la prensa, el equipo investigador señaló que creen que sus “organismos reprogramables” podrían brindar utilidad en aplicaciones médicas, tales como en la aplicación de fármacos, en la ejecución de microcirugías e incluso, para trabajar con desechos en ambientes contaminados.
Los ejemplares expuestos con los resultados de esta investigación son de un tamaño aproximado de medio milímetro y dada la naturaleza de su composición, se estima un ciclo de vida de una semana aproximadamente, plazo en el que se degradan. Más que la presentación de un ejemplar en específico, este anuncio se trata sobre la innovación en torno a la tecnología misma, abriendo el espacio para que mediante este sistema se diseñen distintos ejemplares de estos biobots, con comportamientos adecuados para los fines que se estimen convenientes. Este avance, al ser recientemente presentado, tiene un potencial inmenso de aplicaciones futuras, de las cuales iremos conociendo novedades en la medida que su desarrollo continúe en marcha.
Previamente, habíamos conocido otras iniciativas que se valían de materia orgánica para dar vida a biobots, pero estos eran de carácter híbrido. Un ejemplo de aquello son las mantarrayas robóticas desarrolladas por el Wyss Institute for Biologically Inspired Engineering en 2016. Este invento, conocido por su nombre original en inglés, Robotic Stingray, consta de un esqueleto hecho de oro y un “cuerpo” construido a base de células de corazón de rata, el cual puede conducirse mediante impulsos lumínicos.
Si se trata de combinar las cualidades presentes en algunos organismos vivos, con las aplicadas destrezas que requieren algunos procedimientos científicos, los biobots son una alternativa que llega a abrir un nuevo mundo de posibilidades para la robótica.
Imagen de encabezado gentileza de Vermont Advanced Computing Core.