El olfato humano ha sido durante décadas una fuente de inspiración para los científicos que buscan replicar su funcionamiento en sistemas artificiales. Aunque no es el más agudo del reino animal, el ser humano puede detectar más de un billón de olores distintos, según investigaciones recientes. Esta habilidad no solo se basa en sensores biológicos (los receptores olfativos), sino también en la manera en que el cerebro procesa y da sentido a esas señales.
Replicar ese mecanismo complejo en una máquina ha sido uno de los retos más persistentes en el desarrollo de las llamadas narices electrónicas, utilizadas en ámbitos tan variados como la seguridad, la detección de enfermedades o el control de calidad alimentario. Sin embargo, los sistemas tradicionales se han quedado cortos frente a la capacidad adaptativa y de aprendizaje del ser humano. Continúa leyendo «Chips inspirados en el cerebro: así se están acercando las narices electrónicas al olfato humano»