Cada vez que un dispositivo electrónico se introduce en la naturaleza, surge una pregunta inevitable: ¿qué pasara con él cuando deje de funcionar? En el caso de los robots acuáticos, la respuesta tradicional ha sido simplemente dejarlos a su suerte una vez cumplida su misión. Pero investigadores de la EPFL (Escuela Politécnica Federal de Lausana) han dado un paso más allá: diseñaron pequeños robots que no solo son biodegradables, sino también comestibles para los peces.
Una innovación hecha de comida
Estos robots no tienen una carcasa de plástico ni componentes metálicos tradicionales. Sus cuerpos están fabricados a partir de pienso comercial para peces, que se muele, se mezcla con un biopolímero y se moldea en forma de pequeñas lanchas. Luego, se liofilizan para que mantengan su estructura sin necesidad de materiales no degradables. El resultado es un robot ligero, de unos 5 cm de largo y 1,43 gramos de peso, capaz de desplazarse por la superficie del agua durante unos minutos.
El motor es una reacción química controlada
Estos robots funcionan gracias a una mezcla simple y segura: ácido cítrico y bicarbonato de sodio, sellada en una cámara interna. Cuando el agua penetra lentamente a través de un tapón de gel, activa la reacción y genera dióxido de carbono (CO2). El gas empuja una pequeña cantidad de glicol de propileno, un líquido no tóxico, hacia la parte trasera del robot.
Este proceso desencadena el llamado efecto Marangoni, el mismo que permite a los zapateros acuáticos deslizarse sobre el agua. Al reducir la tensión superficial, el robot se impulsa hacia adelante sin necesidad de motores ni baterías.
¿Para qué sirven estos robots acuáticos comestibles?
Una de sus aplicaciones más prometedoras es el monitoreo ambiental. Estos microbots pueden distribuirse en lagos o estanques y, mientras se mueven aleatoriamente, recopilan datos como temperatura, pH o contaminantes presentes en el agua. Algunos podrán ser recuperados para descargar la información directamente; otros podrán transmitirla de forma inalámbrica.
Otra utilidad interesante es su uso en acuicultura, para distribuir comida medicada entre los peces. Como están hechos del mismo alimento que consumen, los peces los ingieren una vez que se reblandecen, lo que asegura una entrega efectiva del tratamiento sin dejar residuos.
Un paso hacia la robótica sin residuos
Aunque el cuerpo del robot es completamente biodegradable y seguro para el medio ambiente, aún queda un desafío importante: desarrollar sensores y circuitos electrónicos que también sean comestibles o, al menos, biodegradables. Algunos estudios ya exploran componentes orgánicos o materiales que pueden disolverse sin dejar contaminantes.
El investigador principal, Dario Floreano, explica que este tipo de materiales no solo tienen potencial para la tecnología ambiental, sino también para aplicaciones en salud humana y veterinaria. Imaginemos sensores ingeribles que se disuelven sin necesidad de recuperación quirúrgica o dispositivos que se integran a la dieta de animales para controlar su salud.
Ejemplo cotidiano: como un caramelo efervescente con sensores
Para entender mejor este robot, pensemos en un caramelo efervescente. Al entrar en contacto con la saliva, comienza a burbujear. Algo parecido ocurre con estos robots: al tocar el agua, empiezan a «burbujear» internamente, generando gas que los hace moverse. Al final, como ese caramelo, simplemente desaparecen.
Tecnología con conciencia ecológica
Esta propuesta suiza representa un ejemplo claro de cómo la tecnología puede alinearse con los ciclos naturales en lugar de interrumpirlos. Lejos de ser ciencia ficción, estos pequeños navegantes de comida ofrecen una alternativa concreta a la acumulación de basura tecnológica en ambientes frágiles como los ecosistemas acuáticos.
Mientras se sigue perfeccionando esta idea, queda claro que pensar en la «vida completa» de los dispositivos, desde su fabricación hasta su descomposición, es un camino obligado en el diseño de nuevas tecnologías.
