Un brazo robótico puede cambiarle la vida a cualquier persona que lo necesite, sólo por el hecho de rehabilitar una extremidad perdida.
Llevando la experiencia a un nivel superior, conocimos en 2016 la historia de Nathan Copeland, como parte de la pionera iniciativa de implementar un brazo robótico controlado a través de un implante cerebral, que además recupera la capacidad del tacto en quien lo porte.
A seis años del inicio de la investigación y a cinco de aquel primer reporte, hoy fueron dados a conocer nuevos avances de esta investigación que tiene como sujeto de pruebas a Copeland, de 34 años, quien sufre de una lesión medular grave y la pérdida de la movilidad de sus cuatro extremidades desde 2004, tras un accidente automovilístico.
Con las certezas que aportan el haber pasado por varios años de ensayo y error, las últimas conclusiones de este trabajo fueron publicadas hoy en la revista Science.
Reporte de 2016 con los primeros avances del proyecto
La primera interfaz cerebro-computadora del mundo
Tras su accidente, Nathan Copeland se ofreció como voluntario para participar en la investigación científica. El paso más importante lo dio hace seis años, cuando se sometió a una cirugía mediante la que le implantaron pequeños electrodos en su cerebro.
En concreto, son dos juegos de 88 electrodos, no más anchos que un mechón de cabello, que distribuidos en matrices que se asemejan a pequeños cepillos, penetran profundamente en la corteza del cerebro, influyendo en su área motora.
Bajo esta dinámica, alrededor del mundo no más de 30 personas ya cuentan con algún tipo de implante de categoría similar, de acuerdo a lo comentado por uno de los autores del estudio, Rob Gaunt, profesor asistente en el Departamento de Medicina Física y Rehabilitación de la Universidad de Pittsburgh.
En el caso de Copeland, la diferencia radica en que, de manera complementaria a la intervención del área motora del cerebro, también hay un conjunto adicional de electrodos que están conectados a su corteza somatosensorial.
“Soy el primer humano en el mundo en tener implantes en la corteza sensorial que pueden usar para estimular mi cerebro directamente”, señaló Copeland en una conversación con la agencia AFP, que ha sido replicada en distintos medios de comunicación en las últimas horas.
«Cuando estamos agarrando objetos, usamos este sentido del tacto muy naturalmente para mejorar nuestra capacidad de control», agregó Gaunt.
Lo novedoso de este experimento es el desarrollo de una interfaz que es de carácter bidireccional. Esto significa que no sólo puede recoger instrucciones desde el cerebro, para enviarlas al brazo robótico. De igual forma, pero en dirección contraria, la extremidad artificial también puede enviar estímulos captados a través de sus sensores, para ser procesadas en el cerebro.
Las pruebas realizadas con Copeland se habían realizado anteriormente sólo con monos. Durante los últimos años, el trabajo junto a este voluntario ha permitido perfeccionar la técnica y de paso, mejorarle la vida.
En la actualidad, a causa del confinamiento, Copeland continúa usando su interfaz cerebro-computadora en casa, jugando videojuegos y aprendiendo a dibujar en una tableta usando sólo su mente, sin ocupar el brazo robótico para pulsar botones.
«Es sólo una segunda naturaleza para mí ahora», comentó el voluntario en su última entrevista.