Una luz fugaz cruzó el cielo en marzo de 2025 y, tras meses de seguimiento, se ha confirmado que su origen fue una supernova producida apenas 730 millones de años después del Big Bang. Esta observación, lograda gracias al telescopio espacial James Webb, establece un nuevo récord en la detección de explosiones estelares ocurridas en los primeros momentos del Universo.
El evento, bautizado como GRB 250314A, comenzó con una intensa emisión de rayos gamma, una señal que delata la muerte explosiva de una estrella masiva. Estos estallidos, conocidos como gamma-ray bursts (GRB), son raros y extremadamente energéticos. En este caso, el GRB duró alrededor de 10 segundos, lo que sugiere que fue causado por el colapso de una estrella, y no por la fusión de objetos compactos como estrellas de neutrones.
Lo que distingue a esta supernova
A diferencia de la breve duración de un GRB, una supernova se comporta de forma distinta. Normalmente, su brillo aumenta en pocas semanas y luego se atenúa. Pero en este caso, el incremento de luminosidad se extendió durante meses. Este fenómeno se debe a que la luz de la supernova ha sido estirada por la expansión del universo durante los 13.000 millones de años que tardó en llegar a nosotros. Esa estiramiento también afecta la percepción del tiempo, haciendo que los eventos lejanos se desarrollen más lentamente desde nuestra perspectiva.
Los astrónomos esperaron con precisión el momento en que la supernova alcanzaría su brillo máximo. Webb fue programado para observarla tres meses y medio después del estallido original, capturando así su punto álgido de luminosidad. Esa planificación, sumada a su sensibilidad infrarroja, permitió confirmar que el destello procedía de una supernova y no de otro tipo de fuente cósmica.
Una reacción global coordinada
La detección inicial se produjo gracias al telescopio SVOM, una colaboración franco-china lanzada en 2024 y especializada en identificar fenómenos transitorios. En menos de dos horas, el Observatorio Swift de la NASA localizó la fuente de rayos X. A partir de ese momento, comenzó una cadena de observaciones internacionales que incluyó al Nordic Optical Telescope (Islas Canarias) y al Very Large Telescope del Observatorio Europeo Austral en Chile. Este último logró estimar que el evento ocurrió tan solo 730 millones de años después del origen del universo.
Este tipo de coordinación global es vital cuando se trata de eventos tan breves y distantes. Detectar una supernova tan antigua es comparable a escuchar el eco de un susurro emitido desde el otro extremo de un estadio colosal.
Una sorpresa: similitud con supernovas modernas
Uno de los aspectos que más sorprendió a los investigadores fue el parecido de esta lejanísima supernova con las que se observan hoy en nuestra galaxia. Se esperaba que, en sus primeros mil millones de años, el Universo albergara estrellas muy diferentes: más masivas, más calientes y con menos elementos pesados. Esas diferencias deberían traducirse en supernovas también distintas.
Sin embargo, los datos recopilados por el equipo liderado por Andrew Levan, de las universidades de Radboud y Warwick, muestran que la curva de brillo y las características espectrales de GRB 250314A son sorprendentemente similares a las de supernovas actuales. Aún se necesitan más datos para entender si se trata de una coincidencia o si las supernovas han sido más constantes de lo que se creía a lo largo del tiempo cósmico.
Un vistazo pionero a su galaxia anfitriona
Otro hito significativo es la identificación de la galaxia que alojaba a la estrella que explotó. Ver galaxias a esa distancia no es tarea sencilla: la luz que emiten está tan estirada por la expansión del universo que llega hasta nosotros muy atenuada y desplazada al rojo infrarrojo.
Gracias a la sensibilidad de los instrumentos de Webb, se pudo distinguir esa galaxia como una pequeña mancha rojiza, apenas unos píxeles en las imágenes. A pesar de su aspecto difuso, los datos indican que se parece mucho a otras galaxias conocidas de aquella misma época temprana del cosmos. Es como mirar una ciudad lejana envuelta en niebla, reconociendo apenas su silueta, pero sabiendo que allí ocurrió algo extraordinario.
Un futuro prometedor para la cosmología observacional
El equipo responsable ya ha sido autorizado para continuar estudiando estos eventos con Webb. Su próximo objetivo es aprovechar el resplandor posterior de los GRB para obtener más información sobre las galaxias en las que tienen lugar. Este resplandor actúa como una huella digital que permite estudiar el medio interestelar de galaxias tan remotas que, de otro modo, permanecerían ocultas.
La detección de GRB 250314A no sólo representa un avance tecnológico, sino también un paso adelante en nuestra comprensión de los primeros capítulos del universo. Es una muestra tangible de cómo el telescopio espacial James Webb está transformando la astronomía observacional, llevándonos a rincones del tiempo y el espacio que hasta hace poco eran solo teoría.
