En un momento en que las olas de calor extremo son cada vez más frecuentes e intensas, Estados Unidos ha recortado drásticamente la financiación destinada a la investigación sobre sus efectos. Esto ocurre justo cuando los científicos advierten que el calor ya es la causa meteorológica que más muertes provoca en el país, superando a huracanes, tornados e inundaciones juntos. La desconexión entre el riesgo real y las políticas de investigación amenaza con dejar a muchas comunidades sin las herramientas necesarias para protegerse.
El caso de Missoula: un ejemplo preocupante
Missoula, en Montana, es una región montañosa donde históricamente el calor extremo no era un problema frecuente. Sin embargo, el cambio climático ha alterado esa realidad. En 2021, una ola de calor sin precedentes causó más de 1.400 muertes en el noroeste del Pacífico, revelando lo vulnerables que pueden ser incluso las zonas más templadas. Missoula no quiere repetir ese escenario y por eso se había unido a una iniciativa para mapear las zonas más calientes del condado. Este proyecto, liderado por el Centro de Monitoreo Colaborativo del Calor, iba a proporcionar asesoría y fondos para identificar los puntos críticos de temperatura en el terreno.
Pero en mayo de 2025, el gobierno federal canceló la financiación del centro, truncando un trabajo esencial para prevenir futuras tragedias. El recorte de fondos no solo paralizó el apoyo técnico, sino que también generó incertidumbre y confusión entre los investigadores y responsables locales, que ya estaban planificando la intervención.
Detrás de los recortes: ciencia climática bajo presión
Este no fue un caso aislado. La administración Trump eliminó o redujo el respaldo a múltiples programas relacionados con el calor extremo, muchos de los cuales estaban alineados con objetivos de justicia ambiental y resiliencia climática. La cancelación de fondos golpeó especialmente a la NIHHIS (Sistema Nacional Integrado de Información sobre Calor y Salud), una iniciativa que había generado herramientas como el portal Heat.gov y el sistema HeatRisk, esenciales para prevenir muertes por calor.
La NIHHIS también fue responsable de crear en 2024 el Centro para Comunidades Resilientes al Calor en Los Ángeles, cuyo objetivo era desarrollar estrategias adaptadas a distintos contextos locales. Ese centro también perdió su financiación en 2025, desmantelando planes de investigación y modelos de respuesta para otras ciudades del país.
Investigación debilitada, trabajadores expuestos
Otro organismo gravemente afectado fue el Instituto Nacional para la Seguridad y Salud Ocupacional (NIOSH), el único centro federal que estudia cómo el calor impacta en los trabajadores. Cerca del 90 % de su personal fue despedido en primavera, dejando sin respaldo técnico la propuesta de la primera norma federal para proteger a los trabajadores del calor. Esa norma, basada en las recomendaciones de NIOSH, quedó vulnerable ante la falta de defensa técnica en las audiencias públicas.
A esto se suman recortes en la Fundación Nacional de Ciencias (NSF), los Institutos Nacionales de Salud (NIH) y otras fuentes clave de financiación, obligando a investigadores a cancelar proyectos o a reducir drásticamente sus equipos. Tarik Benmarhnia, epidemólogo ambiental en la Universidad de California en San Diego, tuvo que suspender estudios sobre personas sin hogar y reducir su grupo de investigación de 30 a menos de 10 integrantes.
Consecuencias a largo plazo y fuga de cerebros
La presión por evitar términos como “cambio climático” o “justicia ambiental” en las solicitudes de fondos muestra cómo el clima político está forzando a los científicos a autocensurarse. Esto limita la calidad y el alcance de la investigación, especialmente en temas donde el calor se entrelaza con factores socioeconómicos, como la pobreza o la desigualdad racial. Un estudio de 2020 en casi 500 áreas urbanas de EE. UU. demostró que los vecindarios más pobres y racializados soportan temperaturas considerablemente más altas durante el verano, un fenómeno conocido como “ isla de calor urbana”.
Los recortes también están provocando una pérdida de talento. Una encuesta realizada por la revista Nature en 2025 reveló que el 75 % de los científicos encuestados estaban considerando abandonar el país debido a la inestabilidad y falta de apoyo. Si los expertos en calor se ven obligados a emigrar para continuar sus investigaciones, el conocimiento acumulado podría beneficiar a otros países, dejando a EE. UU. más expuesto a las consecuencias del calentamiento global.
Resistencia desde lo local
Pese a los obstáculos, algunas comunidades continúan trabajando por su cuenta. En Missoula, por ejemplo, más de 30 voluntarios recorrieron diferentes rutas en vehículos equipados con sensores de temperatura y humedad para crear un mapa detallado del calor en la región. Esta acción fue posible gracias a pequeñas subvenciones que reemplazaron parcialmente los fondos federales, además del apoyo técnico de CAPA Strategies, una consultora especializada con sede en Portland.
Aunque se logró recolectar información valiosa, se dejaron de lado actividades clave como el monitoreo a largo plazo o la participación comunitaria continuada. Sin apoyo estructural, estas iniciativas corren el riesgo de desaparecer o de no escalarse adecuadamente.
Una oportunidad desperdiciada
Expertos como Kelly Turner, directora del Centro para Comunidades Resilientes al Calor, lamentan que se haya perdido la oportunidad de construir desde cero una red nacional de gestión del calor centrada en la equidad. Con el calor afectando más intensamente a las comunidades vulnerables, la falta de inversión institucional puede traducirse en vidas perdidas.
La desconexión entre las decisiones políticas y las evidencias científicas está dejando sin protección a millones de personas ante un enemigo silencioso pero letal. Mientras las temperaturas baten récords a nivel mundial, la investigación sobre calor extremo debería ser una prioridad nacional, no una víctima de recortes ideológicos.