Móviles antiguos, electrodomésticos estropeados, baterías destrozadas… la cantidad de basura electrónica generada cada día es enorme, números impresionantes que acaban casi siempre en el mismo lugar, en un vertedero de la ciudad de Accra, capital de Ghana (África).
Así es, cada día llegan allí más de 600 contenedores de basura electrónica que acaba en un vertedero en el que trabajan cientos de personas buscando algo valioso entre tanto metal.
Se cree que esas 10,5 hectáreas de basurero electrónico son las responsables por tener la zona más contaminada del continente africano, en una zona donde viven unas 40.000 personas, extremadamente pobre, donde se respiran sustancias tóxicas mientras se busca dinero entre tanto plomo, berilio, cadmio o mercurio. En 2019 se generaron 53,6 millones de toneladas métricas de basura electrónica en todo el mundo, 888.000 toneladas métricas desde España.
Aprovechando que no hay normativas que regulen la liberación de las sustancias tóxicas, parte de occidente sigue jugando a deshacerse de la basura «debajo de la alfombra», sin tener en cuenta de que no existe dicha alfombra, y que al final lo pagaremos todos.
Lo que puede ser reciclado se busca con las manos desnudas: cobre, aluminio, acero y latón. Las personas que allí trabajan pueden ganar 2 euros si consiguen cobre suficiente, pero no mucho más. Para conseguir dicho cobre, se queman los cables, y se obtiene lo que queda, sin fijarse en los gases emitidos en esa hoguera, respirándolos sin mucho miedo a lo que pueda generar en su salud.
Y todo debido a una falta de políticas serias de reciclaje, a la obligación de cambiar de electrodoméstico cada pocos años porque no facilitan el recambio de piezas.
La resolución aprobada esta semana en el Parlamento Europeo quiere cambiar eso, reducir los residuos electrónicos hasta 2024. Veremos si no aparece nada que impida llegar a las metas establecidas.