Elon Musk, una de las figuras más influyentes del mundo tecnológico, acaba de cerrar un capítulo inesperado en su carrera: su participación en el gobierno de Estados Unidos. Durante unos meses, dejó temporalmente sus responsabilidades en Tesla y SpaceX para asumir un rol público poco convencional, liderando el programa Doge (Department of Government Efficiency). Ahora, se despide con sabor agridulce, en medio de controversias, críticas y tensiones con la administración de Donald Trump.
Pero ¿qué es exactamente DOGE?, ¿qué logró Musk en este tiempo? y, sobre todo, ¿por qué su salida genera tanto revuelo? En este artículo desentrañamos el contexto y las implicaciones de este peculiar episodio.
¿Qué es el programa DOGE?
El nombre DOGE no tiene nada que ver con la criptomoneda popularizada por memes, aunque sin duda el paralelismo ayudó a captar atención. Se trata del acrónimo del Department of Government Efficiency, una iniciativa impulsada por el gobierno de Trump para reducir el gasto público, eliminar burocracia y “achicar” la estructura federal.
La misión era ambiciosa: recortar el gasto gubernamental innecesario, eliminar duplicidades entre agencias y despedir o reubicar empleados federales en puestos más eficientes. Para esta tarea, el expresidente recurrió a alguien acostumbrado a transformar industrias: Elon Musk.
Elon Musk en la política: una incursión temporal pero ruidosa
Designado como “empleado especial del gobierno”, Musk tenía una condición particular: solo podía trabajar hasta 130 días por año. Su papel fue temporal, pero desde el inicio estuvo cargado de simbolismo. La idea de que un empresario disruptivo pudiera limpiar las entrañas del sistema federal era vista por algunos como revolucionaria, y por otros como temeraria.
Su objetivo inicial era cortar al menos 2 billones de dólares del presupuesto federal, pero este número fue bajando hasta llegar a 150 mil millones. Aun así, la cifra no es menor. Se estima que unas 260.000 personas del total de 2,3 millones de empleados civiles del gobierno aceptaron salidas voluntarias o fueron despedidas.
El estilo Musk —rápido, directo y a veces impulsivo— no encajó bien con la lentitud institucional del aparato estatal. El proceso acelerado de recortes llevó incluso a errores graves, como despidos erróneos de personal esencial, incluyendo empleados del programa nuclear estadounidense.
Choque de trenes: Musk vs Trump
El detonante de la salida de Musk del gobierno fue la presentación del nuevo presupuesto del presidente Trump. Apodado como el “big, beautiful bill” (el gran y hermoso proyecto de ley), incluía recortes de impuestos multimillonarios, incrementos al gasto militar y un fuerte impacto en el déficit fiscal.
Para Musk, ese proyecto iba en contra de todo lo que DOGE promovía. Lo expresó con ironía en una entrevista: “Una ley puede ser grande o puede ser hermosa, pero no ambas”. Poco después, confirmó en su plataforma X (antes Twitter) que su ciclo como empleado especial había concluido, agradeciendo al presidente, pero dejando en claro que el espíritu de DOGE debía perdurar.
Reacciones y consecuencias
La salida de Musk generó un eco inmediato tanto en Washington como en Silicon Valley. Por un lado, funcionarios del gobierno celebraron que el enfoque caótico de DOGE llegaba a su fin. Por otro, sus defensores advirtieron que sin alguien con poder real de decisión y mentalidad de eficiencia, el programa podría diluirse.
Mientras tanto, el propio Musk vivió las consecuencias en sus empresas. Durante su tiempo en el gobierno:
Tesla perdió un 13% en ventas, la mayor caída de su historia en un trimestre.
Las acciones de la compañía se desplomaron un 45%, aunque luego se recuperaron parcialmente.
Activistas contrarios a sus posiciones políticas comenzaron a organizar boicots y actos de vandalismo contra vehículos y estaciones de carga Tesla.
El propio fiscal general de EE. UU. tuvo que advertir que este tipo de ataques serían tratados como “terrorismo doméstico”.
Musk reconoció que el costo de su incursión política había sido alto, y prometió que desde ahora se enfocaría nuevamente en sus empresas, especialmente Tesla, durante al menos cinco años.
¿Qué pasa ahora con DOGE?
Con la salida de Musk, DOGE queda en una encrucijada. La misión de eficiencia sigue vigente, pero sin su principal promotor y sin una figura pública de alto perfil, el programa podría ser absorbido por la rutina de los engranajes políticos.
En el mejor de los casos, DOGE podría evolucionar hacia una política de largo plazo para mejorar la administración pública. En el peor, podría quedar como una anécdota más del paso de Trump por la Casa Blanca, una promesa ambiciosa que se topó con la realidad institucional.
¿Qué aprendemos de todo esto?
Este episodio nos deja una lección clara: transformar el aparato estatal no es tan simple como liderar una startup. Musk, acostumbrado a tomar decisiones rápidas y ejecutar ideas de alto riesgo, encontró en el gobierno un muro de procesos, reglas y resistencias.
La política y el sector público operan con otras lógicas. El cambio no solo depende de voluntad y visión, sino de alianzas, tiempos legislativos y compromisos sociales.
Sin embargo, la experiencia también mostró que es posible cuestionar prácticas ineficientes. Aunque con errores y tropiezos, DOGE forzó una conversación importante: ¿cómo hacemos para que el Estado funcione mejor?
Musk se va, pero esa pregunta sigue en el aire.