Aunque el festival de Eurovisión me queda lejos en tiempo y en espacio, no ha dejado de impresionarme la noticia que acabo de leer en el blog de productos Google.
Basándose en un análisis estadístico de las búsquedas en Google, el gadget calcula la popularidad de los participantes, así como las puntuaciones que cada uno obtendria si la votación se realizase hoy. Además, puedes incrustar el gadget en tu blog o en tu página web, como hemos hecho nosotros.
El caso es que ahora podemos «jugar» a adivinar el ganador del festival e incluir un componente en nuestra página que muestre los gráficos actualizados, obteniendo resultados como éste:
Podéis leer más datos sobre la aberración en www.google.es/eurovision
Sentado en el sofá de mi casa, en postura de «decúbito supino» -que suele ser mi ser natural-, viendo por televisión el festival de Eurovisión que con los años se ha descafeinado bastante. Donde parece dar una percepción de que todo sea un engaño y un punto falso, vestido y adornado de más de bronce que de oro. Ahora, contemporáneamente, este festival parece más una tangana y partida de tute y a cumplir con lo que la política obliga. Siempre ha sido un poco así, y de festival ya le queda poco porque se ha vuelto muy «ortodoxo», corriendo el riesgo de morir de viejo.
Más falsos que judas en las votaciones. Porqué el gran negocio de los SMS ha sustituido al «glamour» y la gracia de cuando se hacían las clásicas votaciones, donde nos imaginábamos a una bella escandinava al otro lado del teléfono diciendo aquello de: «due points…, cuatre points…, six points…», eran muy graciosos y entretenidos y todo un clásico de su buena época.
Eurovisión hoy, parece más hecha para la integración de los países de Este, avaros en votos para los que no son de su entorno, para acabar votándose entre éllos, donde cero, es igual a nada. Estos países empujan fuerte con su intención de entrar en una Europa mixta y plural. Si Lennin levantára la cabeza, enviaba a todos los camaradas a Sibéria a cantar el himno soviético hasta que Marx saltase de alegría en su tumba. Viendo el cariz «ortodoxo» que ha cogido esto de Eurovisión, que parece estar hecho y «precocinado» más para entretener a los espías de los países del Este, cuando no le meten «polonio» en el carajillo a algún camarada suyo que se la ha ido la olla con su ideología, porque no tenía muy claro a que bando estába… Y mientras se envenenan entre ellos, los demás servicios de inteligéncia, se vé que están más tranquilos. Y alguna distracción deben de tener estas criaturas del espionaje moderno. Más países, más tecnología, más medios, pero en contrapartida menos genuino y auténtico, perdida ya la esencia de su ser y no estando acomodado en el tiempo.
Atrás quedaron los «triunfos» españoles de Salomé y Massiel, que cada año -cuando hacían la previa del festival- se repetían como el ajo, contando compulsiva y sistemáticamente cómo besaron la glória. ¡Pesaditas las señoras! Y también, el incombustible José Luis Uribarri, curioso sujeto comentador de la gala, más estadista que periodista, con el arte de la adivinancia y cartománcia matemática parecía toda una autoridad en el tema. Y que solía dar los resultados él mismo antes de comenzar el festival y todo. Esto de la nostálgia está muy bién, pero en demasía puede llegar a cansar y hasta fatigar.
Aunque el verdadero «festival», lo dió Joan Manel Serrat en su momento allá por 1969, que se enfrentó a la necedad de los censores de la época, que actuaron como verdugos, mutiladores del arte y la libre expresión que es propio de estos oficios. Pero Joan Manel, que los tenía cómo un «toro», fue mucho más valiente que aquellos descerebrados y maquiavélicos sujetos del régimen, que al no querer trabajar por desconocérseles virtud para el oficio, les iba de molde para vivir del cuento, poniendo cadenas y cerrojos a la libertad de expresión.
¿Tiene futuro Eurovisión? Claro que sí, todo es cuestión de que cada cual a su remedio acuda. Pues todo dependerá en saber separar el ingénio de los intereses propios y el arte de la política. Porque ahora, los ilusionados participantes se convierten en títeres frustrados, viendo como se juega con sus ilusiones. Donde los países se votan según sus gracias, amigismos y politíqueos varios. Una prueba más, donde podemos ver a la política de poca ayuda, de más males y de vicios que de arreglo alguno. Si más no, queda un género de duda.
Sergio Farrás Bas. «Escritor tremendísta»