Me fascina la educación online y las herramientas virtuales que cada día se crean para fortalecerla (como muestra, 50 de las mejores) en pro de eliminar las barreras de la enseñanza a no más que un computador con acceso a Internet. Sin embargo, hay algo que me preocupa y es la adopción de estas herramientas, más que como apoyo, para sustituir el modelo actual de educación pública.
Pertenezco a la Universidad Nacional de Colombia, una universidad pública famosa por su calidad y la que encabeza la mayoría de ranking (como el de webometrics) de las mejores instituciones del país. Sin embargo, al ser pública, su gestión, financiación y mantenimiento se ven afectados por las decisiones políticas de los gobernantes quienes destacan por su tendencia a ceder ante las prestaciones de grandes países para pertenecer al mundo globalizado mediante Tratados de Libre Comercio (TLC). Ahora bien, en las aulas digitales han visto una mina de oro.
¿Y qué es un “aula digital”?
No se si haya una definición formal pero yo le entiendo como un entorno virtual donde no hace falta la presencia de una persona física para impartir las clases, un salón con cámaras y una pantalla gigante en la que se muestra alguien dictando desde otro lugar o bien un LMS (como Moodle o BlackBoard) donde se pone el material de las clases (presentaciones, PDF, referencias, etc.) y se responden inquietudes de forma interactiva (chat, email, foros). De nuevo, mi preocupación no está en que se utilicen como apoyo sino en que se trate de acabar con esa problemática llamada educación pública ”“para políticos y ciudadanos desconocedores de la labor investigativa y de desarrollo del alma máter en la sociedad- reduciendo costos y gastos.
Cuestión de costos
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Sin duda la educación de calidad tiene un precio, obviamente no es lo mismo contratar a un Doctor (profesor con Doctorado) para enseñar ciencias (matemáticas, física, química, etc.) a 20 personas en un salón de clases, que contratar a alguien con un Pregrado en cierta área práctica para que imparta clases a 100 personas vía BlackBoard, eso sin contar con los costos de la infraestructura del campus, los gastos en servicios públicos, seguridad, apoyos socioeconómicos, administrativos, etc. Por supuesto, en eso se sustentan muchos para justificar la poca cobertura de la educación superior, pero es que a veces ni tal calidad se garantiza. Ya de por sí el presupuesto que se destina a educación en Colombia es bastante limitado, tanto que el déficit a futuro podría acabar con varias universidades públicas, así que se presentan dos soluciones cuya decisión queda en manos del gobierno: reducir los costos de la actual educación, o invertir más a través de disminuciones en las exorbitantes transferencias a la Fuerza Pública y otros entes sobrevalorados.
Lastimosamente la primera es la más probable pues remplazando aulas por LMS se aumenta la cobertura y los costos en infraestructura desaparecen (además de que se puede trabajar las 24 horas del día), se disminuyen salarios, desaparece la investigación y aparece un modelo de educación por competencias (ya implantado en el SENA, una institución educativa pública que se financia con fondos del sector privado) donde no hace falta aprender más que para recoger algunas capacidades mínimas para sumarse a la masa trabajadora disponible para atender la demanda de mano de obra barata de los tratados de libre comercio y las multinacionales. En consecuencia, menos empleos para la gente de los “países del primer mundo” y más empleos indignos para los de este lado del planeta.
No soy alarmista ni respondo a intereses políticos de izquierda por el simple hecho de ver el trasfondo de lo que sucede, simplemente me quita el sueño el hecho de que se promueva esa panacea digital o “educación 3.0” como respuesta al principal problema de la educación pública: la financiación.
Aún hay esperanza
El segundo escenario es en el que aún sueño, en el que la población se informa y rechaza la estandarización y supuestos modelos educativos globalizados, apoyados en las herramientas digitales para la disminución de costos y aumento de cobertura en una educación supuestamente rentable que no tiene en cuenta que el gran beneficio de una educación de calidad se ve en el impacto en la sociedad, en los cambios que ésta genera para su futuro bienestar.
La solución no está en dotar de última tecnología y de llenar de aparatos eléctricos cada aula para cumplir y demostrar el “avance” educativo, simplemente está en hacerlo de manera responsable, dejando a un lado intereses particulares ”“de nuevo, algo onírico- para darle al mundo las grandes mentes que merece, no sólo un nuevo lote de trabajadores. No odio las aulas digitales o los “salones inteligentes” -como algunos ya llaman- siempre que sean para apoyar la educación clásica así que, citando lo que me comentaba un profesor de ílgebra hace un tiempo, si me dieran a escoger bajo condiciones contrarias a tal idea de apoyo, «¡me quedo sin duda con los ‘salones brutitos!'»
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