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La pérdida de olfato por COVID ya tiene un posible tratamiento

En la búsqueda constante de soluciones para combatir los efectos prolongados del COVID-19, un equipo de investigadores ha dado un paso significativo. Se trata del uso del bloqueo del ganglio estrellado, un procedimiento médico conocido, que ahora se revela como un potencial tratamiento para una de las secuelas más persistentes y molestas del virus: la alteración del olfato, que incluye la anosmia (pérdida del olfato) y la parosmia (distorsión del olfato).

Este descubrimiento abre una ventana de esperanza para aquellos que han sufrido esta condición a largo plazo. Al abordar el sistema nervioso simpático, el tratamiento busca restaurar una función sensorial esencial, afectada en un número considerable de pacientes post-COVID.

La anosmia y la parosmia no son síntomas exclusivos del COVID-19, pero su prevalencia en pacientes afectados por el virus ha llamado la atención de la comunidad médica y científica. La anosmia se refiere a la pérdida total o parcial del olfato, mientras que la parosmia implica una distorsión del sentido olfativo, donde los olores familiares pueden percibirse como desagradables o completamente diferentes.

Estas condiciones pueden tener un impacto significativo en la calidad de vida, afectando no solo la capacidad de disfrutar de los alimentos, sino también la seguridad personal, dado que el olfato nos ayuda a detectar peligros como el humo o alimentos en mal estado. La prevalencia de estos síntomas entre los pacientes de COVID-19 ha variado, pero estudios indican que una proporción considerable experimenta cambios olfativos durante y después de la infección.

Detalles del estudio: procedimiento y resultados iniciales

El estudio que ha desatado un renovado interés en la comunidad médica involucra el bloqueo del ganglio estrellado, un procedimiento que se realiza inyectando un anestésico local en un grupo de nervios localizados en el cuello. Este tratamiento ha sido utilizado anteriormente para diversas condiciones relacionadas con el dolor y los trastornos nerviosos, pero su aplicación en el contexto del COVID-19 es una novedad.

En la investigación, participaron 54 pacientes diagnosticados con parosmia post-COVID. Se les administró inicialmente un bloqueo del ganglio estrellado en un lado del cuello, utilizando un escaneo de tomografía computarizada (TC) para determinar la posición óptima para la inyección. Además de anestésico, se incluyó una pequeña dosis de esteroides, lo que sugiere una posible acción antiinflamatoria sobre los nervios afectados por el coronavirus.

Los resultados iniciales son esperanzadores: de los 37 pacientes que completaron el seguimiento, un 59% reportó una mejora en su sentido del olfato una semana después de la inyección. Este porcentaje aumentó aún más después de una segunda inyección realizada seis semanas después en el otro lado del cuello.

Aunque estos hallazgos son preliminares y provienen de un grupo pequeño, señalan un camino prometedor para el tratamiento de una secuela de COVID-19 hasta ahora sin soluciones claras.

Otro aspecto crucial de este avance es la potencial reducción en la carga de atención médica a largo plazo. Al ofrecer una solución a uno de los síntomas persistentes del COVID-19, se puede disminuir la necesidad de tratamientos continuos y visitas médicas, lo que a su vez podría aliviar los sistemas de salud ya sobrecargados.

Este tratamiento, aunque aún en fase de investigación, tiene el potencial de convertirse en una herramienta valiosa en el arsenal contra las secuelas del COVID-19, demostrando una vez más la capacidad de la ciencia médica para responder a desafíos emergentes. Esta comprensión podría, a su vez, abrir la puerta a nuevas estrategias terapéuticas para tratar otros síntomas neurológicos asociados con el virus.

Esperemos que el tratamiento esté disponible dentro de poco en todo el mundo.

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