Oro, wolframio, estaño y tantalio (extraído del coltán) son los nombres de cuatro de los minerales responsables de que tu móvil funcione correctamente y, al mismo tiempo, del peor conflicto que ha vivido la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial: la inacabable guerra civil que sufre el este de la República Democrática del Congo. Cinco millones de personas han muerto desde 1988, se usa la violación como arma de guerra (100.000 mujeres violadas en los peores años según Enough Project) y sólo en 2013 hubo un millón de desplazados.
Varios grupos armados, incluido el ejército regular congoleño, explotan las tensiones en su beneficio con un único objetivo: lograr el control de los yacimientos de estos cuatro minerales, escasos en otras partes del mundo pero abundantes en la región. Es por ello que se les conoce como los ‘minerales de sangre’. Para estos grupos armados, resulta fundamental controlar su explotación y posterior venta, ya que el negocio derivado de estas actividades les permite seguir financiando esta guerra terrible e inacabable.
Varias ONG, lideradas por Alboan, han organizado una petición a la Comisión Europea mediante firmas en change.org para romper el vínculo entre ‘minerales de sangre’ y tecnología, y que la UE impida la venta de tecnología que incluya minerales de esta procedencia.
El papel de las empresas fabricantes y suministradoras
Ahora bien, los grupos armados no son los únicos responsables: al otro lado del negocio se encuentra el comprador, el demandante de estos elementos tan preciados. Por un lado están las fundiciones, dónde estos minerales son procesados, ubicadas fundamentalmente en Asia, y por otro las empresas de tecnología de todo el mundo, dedicadas tanto a la fabricación de móviles como de ordenadores, relojes inteligentes, etc. Necesitan desesperadamente un continuo suministro de minerales para poder seguir el ritmo de la actual revolución tecnológica que estamos viviendo. Hasta hace bien poco, no se han cuestionado por la procedencia de los mismos, pero en los últimos cuatro años la situación ha comenzado a cambiar debido a las iniciativas gubernamentales de los países occidentales.
La presión ciudadana ha funcionado en Estados Unidos
En Estados Unidos, gracias a la presión ciudadana, rige desde agosto de 2011 el artículo 1502 de la ley Dodd Frank, según la cuál se obliga a las empresas a garantizar que en la fabricación de sus dispositivos tecnológicos no han intervenido ‘minerales de sangre’. Sin esta garantía, ninguna compañía que cotice en la Bolsa de Nueva York puede vender sus productos en suelo americano. Se podría decir, metafóricamente, que los estadounidenses han limpiado la conciencia de sus móviles.
En Europa, una propuesta blanda
Por desgracia, no sucede lo mismo en Europa, donde la preocupación por este drama es menor y la legislación más laxa en lo que a los ‘minerales de sangre’ se refiere. A este respecto, el 5 de marzo de este año, la Comisión Europea presentó una propuesta de auto-certificación voluntaria a la que se podrían adherir alrededor de unas 400 empresas que importan estaño, tantalio, wolframio y oro a la Unión Europea. El problema de esta propuesta es que no contempla la obligatoriedad de inscripción en un registro de empresas libres de ‘minerales de sangre’, sino que ofrece un sello de calidad, en su lugar, al que las compañías europeas se pueden adherir voluntariamente.
Es precisamente esta ‘voluntariedad’ de la norma lo que preocupa a numerosas ONG, porque no prohibe la venta en suelo europeo de móviles, ordenadores u otros dispositivos que lleven ‘minerales de sangre’. En la práctica, no hay diferencia entre tener o no el sello y las empresas parecen poco dispuestas a colaborar. En 2013 sólo un 4% de las compañías europeas afectadas iniciaron las gestiones para asegurar la procedencia de los minerales que importaban.
A diferencia de los móviles y ordenadores americanos, los nuestros salen de la fábrica con la mala conciencia instalada, mirando para otro lado mientras la tragedia del Congo se perpetúa. La única solución para esta realidad es que seamos nosotros quien se la limpiemos, ya que somos los compradores finales de estos dispositivos que tanto han mejorado la calidad de nuestra vida.
En esa línea, se encuadra la petición de Alboan a la Comisión Europea para que endurezca su ley sobre los ‘minerales de sangre’ hasta ponerla a la altura de la estadounidense y que tenga en cuenta no solo los minerales procedentes de R.D. Congo sino los que se extraigan de cualquier zona en conflicto y para que la extienda a cualquier empresa que coloque componentes o productos finalizados en Europa con ‘minerales de sangre’ aunque no estén en la lista oficial de importadores.
Firmar la petición lleva poco tiempo y se puede hacer utilizando precisamente nuestros móviles y ordenadores ‘manchados de sangre’; es quizá la mejor manera de limpiarlos.
Ahora bien, no basta con nuestra aportación individual; debemos convencer a nuestros allegados para que también firmen. Sólo así Bruselas se dará cuenta de que tenemos la conciencia limpia y queremos que nuestros móviles también la tengan.